La mejor fotografía

(Una delgada línea entre la realidad y la ficción)

El paisaje era espectacular. Por un lado el mar y justo enfrente unas dunas que me hacían sentir en el desierto del Sahara, además estaba a punto de caer la tarde y pintar el cielo multicolor.  Así que a pesar del aire que levantaba la fina arena y de la brisa cargada de sal, saqué mi cámara y comencé a componer mi cuadro y a disparar. 

Justo cuando me encontraba en el valle de las dunas, donde no alcanzaba a ver a nadie más y nadie, obviamente, me podía ver, encontré paisajes desolados perfectos para mi composición. 

De pronto en la cresta donde estaba esperando atenta a la caída del sol, aparecieron sus siluetas. Cinco jinetes con sombreros de vaqueros, cabalgando caballos enormes, bien alimentados. Formaron una fila y dirigieron su mirada directo hacia mi. Todos se mantuvieron en la cima, a excepción de uno que cabalgó directo a mi encuentro y me exigió que montara el caballo con él.

Intenté disuadirlo inventando mil pretextos: un miedo incontrolable hacia los caballos, mi falta de agilidad para montar, la urgencia de tomar una fotografía que estaba por suceder … pero nada lo convenció y yo no quería alterar, lo que hasta ahora era una exigencia-invitación “cordial”. Definitivamente no tenía la posibilidad de correr y ningún lugar hacia donde huir, solo pensaba que ojalá esa fina arena se convirtiera en arena movediza y me tragara.

Me llevó al encuentro con los otros cuatro jinetes y me presentó con el jefe quien me lanzó una mirada calculadora revisándome de arriba abajo y en tono serio me dijo: “Nosotros somos los Caballeros Templarios y necesitamos un retrato”.

El momento era perfecto, su atuendo impecable con hebillas y espuelas de plata, sus caballos robustos y los cinco hombres adoptando un porte de estrellas de cine con orgullo y altivez.  

Una hora, no más, la luz perfecta se apagaba, ellos me habían entregado sus mejores poses, sus miradas audaces y sonrisas galantes. Mi cámara lo había capturado todo. 

Sin más, me pidieron la tarjeta de memoria y el primer jinete me regresó al valle donde me encontró.

Nada me queda de ese encuentro, más que un vívido recuerdo, de un momento emocionante donde se fundieron la aventura, el temor y la urgencia de lograr el mejor retrato.

Irene Barajas